martes, 13 de julio de 2010

Eternos

Give me freedom. Dame libertad. Libertad, independencia para guiar a todo un sentir a la más anhelada de las glorias. Give me fire. Fuego, casta, coraje, fuerza. Valor para lograr la gesta. Give me reasons. Razones. Motivos para creer, para pensar en la idílica gesta. Take me higher. Guíame alto, más alto todavía, al límite, para conseguir consecutivamente la Eurocopa y el Mundial. Un logro para la historia. Al alcance de pocos, de muy pocos. Ya lo había vaticinado el simpático rapero somalí K'naan en su 'Waving flag', que Coca-Cola le encomendó elaborar para la cita. Tontos nosotros que no nos dimos cuenta. Con el frenético sufrimiento, la infártica expectación que nos hubiésemos ahorrado. Nuestro Iniesta de una vez por todas nos quitó la venda. Pero no fue fácil. Nada fácil.



Porque Holanda fue un contrincante mucho más correoso de lo que se preveía. Su juego, tosco, roñoso y de un fanatismo extremo, se centró en desmenuzar por lo sano las diabluras castellanas. Para ello, se sirvieron de durísimas entradas (escasamente sancionadas, patriotismo aparte, por el colegiado Howard Webb), aderezadas con una perseverante aunque feroz presión sobre el balón, confiando además en el hacer de Arjen Robben en los contragolpes. Por lo demás, nada de nada. Sneijder, como Kuyt, estuvo totalmente ausente. Parte de culpa de ello recaló en la extravagancia de las tácticas de Van Marwijk, fundamentadas en un juego entumecido y parco. Tiñeron de impotencia el galante toque español. Lo frenaron por la fuerza, tratando de llevar el partido a su estribo, imponiendo al mismo tiempo el miedo a la derrota en el sentir español. Inmerecidamente, Robben pudo extasiar al anhelo tulipán hasta en dos ocasiones. Pero ahí estuvo Casillas. Sempiterno, como siempre. Con ello, la violencia oranje fue lo único que se llevó a su punto más álgido. El ávido deseo de no dejar crear a los nuestros se transformó en una funesta y enciscada obsesión que martirizaría a los nuestros todo el partido. La severidad de Van Bommel, De Jong (inexplicablemente, ambos terminaron el partido), el propio Sneijder o Heitinga (que fue expulsado, paradójicamente quizás el que menos lo mereció) parecía pasar casi desapercibida a los ojos de Webb. Atenazado por el ímpetu y coraje neerlandés, el colegiado pareció quedar fuertemente amilanado, atrapado en la ratonera holandesa, donde su único consuelo parecía ser el impenetrable devenir del reloj. El encuentro entonces tomó un rumbo sinuoso, inescrutable, en el que la impotencia superó al deseo. La justicia parecía ajena a jugar su papel.
Así lo verificó la llegada a la prórroga. A esa fatídica media hora, prólogo de la triste discordia. España quería pero no le dejaban. El combinado holandés, rotundo en decidir su suerte desde los once metros, continuaba parapetado e inamovible atrás, con su férrea presíón y su laconismo ofensivo. La insostenibilidad de la situación era patente. La roja no merecía para nada esta situación. Pero entonces llego él. Cuando más urgía. A falta de solo cinco minutos para el final. El chico de Fuentealbilla. La estrella del Barça. Desde hace unos días, historia viva de este deporte. Centro a la desesperada de Fernando Torres, que apenas llevaba unos instantes sobre el campo, que rechaza la zaga. El balón le cae a Fábregas, a Cesc, a muy posiblemente la nueva manija del juego azulgrana junto a Xavi e Iniesta. Éste sirve a Andrés. A nuestro Andrés. A ese albino que lo ha cambiado todo. Que nos ha cubierto de grandeza. Sólo Stekelenburg por delante. Aunque ni las ganas del meta del Ajax, ni la fuerza del anhelo holandés, ni mucho menos la vergonzosa coacción neerlandesa sobre Webb sería suficiente para detener el misil, impulsado por la potencia de todo un país, de todo un sentir, de todo un bloque, de Dani Jarque, de Antonio Puerta, del Pulpo Paul, de todos nosotros. Ya era hora. Diecinueve mundiales después. Tras millones y millones de lágrimas derramadas. Tras una historia repleta de altibajos. Por fin, por fin.



El clamor era incansable, el jolgorio, agónico. Hasta que el colegiado hizo sonar su silbato. En ese momento, todo dejó de importar. La fiesta nos esperaba. Les esperaba. Iker Casillas se redimía de sus críticos con un sonado beso a su Sara Carbonero, tantas veces culpada de los fortuitos fallos del meta. Que le otorgaría una fuerza tenaz para levantar la copa. El campeonato. El codiciado título. Para por fin desatar la locura. Despertar la pasión. La pasión de una noche que este país recordará siempre. De una noche en la que hasta el Empire State se tiñó de rojo y amarillo. La pasión de la celebración desenfrenada. Ya nos tocaba. Es nuestro turno de soñar. Seréis inmortales. Gracias campeones, gracias.

3 comentarios:

  1. eres un figura Jimenez, aunque desgraciadamente hay gente tan inculta que no sabra el segnificado de muchas de las palabras debido a tu rico vocabulario. Tienes un futuro prometedor

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  2. bravooo!! buen articulo para contar un hecho tan historico como que españa es campeona del mundoo!!

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  3. el mejor articulo que has hecho..
    que maquina macho

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