viernes, 9 de julio de 2010

Semifinales: Billete a la gloria

Por fin. Ha llegado el momento. El instante perfecto para confirmar nuestra grandeza. Será el 11 de Julio sobre el césped del Johannesburg Soccer City de la capital sudafricana. Ya tocaba. Una historia llena de altibajos así lo razona. Muchas lágrimas derramadas, mucha casta descastada. Pero por fin, España ha logrado plantarse en una final de la Copa del Mundo.


Y lo hizo tras imponerse al combinado más en forma de la competición. Al más temible. A un equipo cuyo dinamismo será un punto de inflexión en la larga crónica de este deporte. A la Alemania de Löw. A la selección que había vapuleado y desinhibido sin tapujos las carencias de grandes de la talla de Inglaterra o Argentina. Pero para la roja, nada es excesivo. Ni siquiera dar una lección de fútbol sobre el Moses Mabhida Stadium de Durban a susodicho fenómeno, acallando una vez más a sus detractores, rehuyendo de nuevo los problemas. Contra Alemania, la selección española mostró su cara más dinámica, más eficiente. Su mejor cara. El semblante que le hizo revivir aquella final de Viena. La conexión Xavi - Iniesta engranó a la perfección. Pedro, que sustituyó en el once al criticado Torres, exhibió su versión más mágica. Villa continuó haciendo de las suyas, y atrás, la solvencia de Busquets y Alonso (que, pese a ser dos portentos, no pueden jugar juntos), paralizó la máquina germana. Anulado Özil, desvirtuado Klose y sancionado Müller, la Mannschaft quedó noqueada y expuesta a las diabluras castellanas. Lo mejor estaba al caer. El pulpo Paul lo había vaticinado. La historia nos lo debía. De una vez por todas. Un inexorable testarazo de Puyol en el 73 de juego a un córner botado por Xavi lo terminó de constatar. El sueño se fortalecía. La expectación crecía. España, por primera vez desde que se inició en estos andares, se colaba en las puertas del éxito más dulce. Así es el fútbol, a veces hace justicia.




La gesta estaba cada vez más cercana. Sólo quedaba esperar que la fortuna no se pusiese de lado germano en los instantes finales, como en tantas ocasiones ha sucedido. Eso, y quince eternísimos minutos en los que un diminuto ápice podría apearnos de todos nuestros anhelos. Los chicos de Del Bosque así lo sabían. A grandes males, grandes remedios. La solución para sobreponerse a la presión estuvo, cómo no, en ese toque encandilador del que llevamos haciendo gala tantos años, esperando un mínimo resquicio para poder matar el partido. La tuvo Pedro, pero se cegó en su empeño de anotar en todas las competiciones. Daba igual. El veredicto estaba sellado. El extenuado combinado alemán observaba impotente el devenir del reloj. Ni la tenaz perseverancia de Lahm y Schweinsteiger ni la frescura de Kroos y Mario Gómez fueron suficiente. Nada lo fue. Porque el juego español no tiene otro antídoto que la propia arrogancia. Y es que si el irritante positivismo inculcado por los mass-media y el pequeño adivino cefalópodo no les carcome, nuestros veintitrés valientes pueden escribir su nombre en la historia internacional. Ya sólo nos queda Holanda. Torres mucho más altas han caído. Aunque dicen los más viejos que la confianza es repulsiva. Habrá que hacerles caso. ¡Vamos campeones!

No hay comentarios:

Publicar un comentario